

La mañana de mi absurda y trágica muerte tenía la certeza de que iba a ser el inicio de un fin de semana inolvidable con una escort de lujo que medía un metro ochenta sin tacones. Penélope era una mujer extraordinaria que haría más soportable mi soledad y amargura. Caminaríamos por la playa en silencio hasta el anochecer, y cenaríamos en un restaurante discreto sin que nadie pudiera reconocerme. Estaba todo planificado. Las velas y la oscuridad de la noche, la textura de las sábanas, el color de las paredes, los muebles y el aroma de los jazmines. Necesitaba desconectar o enloquecería. En todas esas horas, no habría escoltas, ni asesores o periodistas con sus incómodas preguntas. No tendría que firmar documentos que ni leía o enfrentarme a nuevas encuestas de intención de voto. Begoña era un retrato borroso, y nuestras hijas estaban en un campamento de verano en California.
En teoría, el trayecto en avión no sería ni muy largo ni muy peligroso. Despegaríamos de la base aérea de Cuatro Vientos hacia el sur de Portugal. Nadie sabía nuestro plan de vuelo ni el lugar preciso donde aterrizaríamos, una exhibición de poder y desprecio que solo el presidente de España podía permitirse.
Del aeródromo de Algarve iríamos directo a Lagos, un pueblecito elegido por la belleza de esas calles estrechas y sus casas blancas. Era un fotograma antiguo y melancólico para ocultarse del ruido y de la miseria. La reserva estaba a nombre de Robert y Alicia Welsh. Nos hubiéramos instalado en la mejor habitación de un hotel pequeño y envejecido por los años y la brisa del desierto del Sáhara. Un lugar con vistas al océano Atlántico, que había sido construido a finales de 1947.
Ese fin de semana que había comenzado un jueves al amanecer, se alargaría hasta un lunes triste y gris marcado en mi agenda. La escapada sería una pausa para quitarme todo el estrés y el ruido insoportable de los últimos meses. Un día antes de llegar a la base aérea, en mi cabeza solo estaba Penélope, una mujer discreta y perfecta con la que ya había estado en Roma y París. Y si alguien tiene alguna duda, no había culpa ni arrepentimiento, mi matrimonio era una mentira ya insoportable, en la que teníamos que guardar las apariencias dentro y fuera de la familia, un negocio millonario que pagaban todos los contribuyentes de España. Unos incautos y sumisos siervos de un reino de apacibles y fanáticos analfabetos que se dejaban extorsionar con falsas promesas, sin saber o admitir las terribles consecuencias. Y, aunque mi matrimonio no fuera una obra de teatro frívola y cruel, hubiera tenido la misma actitud y deseos, nadie me separaría de Penélope.
Ella era lo opuesto a mí, y sin embargo tenía rasgos que compartíamos. Era ambiciosa, gélida y callada. Y a la vez, era dulce, frágil e irrompible. Su actitud silenciosa y elegante ocultaba sus orígenes humildes y una extrema sensibilidad que nunca manifestaría. Tenía una inteligencia académica destacable y un gusto exquisito por las novelas y las canciones antiguas. Su mirada enigmática y seductora era un contraste entre las advertencias y las amenazas. Era letal y amable. Su sonrisa y rostro me recordaba a Vivian Ward, el personaje principal de Pretty Woman. Su naturalidad y elegancia descubierta en la penumbra de un restaurante en Sevilla, me atraparía, o quizá caí en una trampa muy elaborada. Nunca lo sabré, ahora ya no importa.
MANTIS RELIGIOSA ES UNA NOVELA QUE PERTENECE A UNA PENTALOGÍA QUE ESTÁ BASADA EN CROWS, UN RELATO ESCALOFRIANTE POR SU EXTREMA VIOLENCIA






sea el único certificado de defunción de Pablo Iglesias Turrión.
una parcela en la zona más exclusiva del Infierno.
injusto para los puritanos, que rechazan una narración reflexiva y sexual.


















No hay en el Cielo ni el Infierno una criatura tan hermosa y temible, con su piel fría y blanca. Contemplo el borrador de los pómulos, los labios malvas que han vencido los límites de mi imaginación y el deseo. Es un instante en el que admito esa mirada letal que me atemoriza y presagio que nunca besaré su rostro ni la abrazaré. Ella es mi tormento y reconozco que posee una apariencia de un ángel maldito. Su cuerpo era tan frágil y resistente al dolor y sufrimiento que ocultaba un secreto inconfesable que me desvelaría. Antes de conocer el sonido de su voz o el perfume natural de sus manos y cuello, no sabía su nombre, ni que de sus colmillos caía sangre o que sus ojos grises desprovistos de vida surgían lágrimas que manifestaban un sufrimiento estremecedor.






No hay en el Cielo ni el Infierno una criatura tan hermosa y temible, con su piel fría y blanca. Contemplo el borrador de los pómulos, los labios malvas que han vencido los límites de mi imaginación y el deseo. Es un instante en el que admito esa mirada letal que me atemoriza y presagio que nunca besaré su rostro ni la abrazaré. Ella es mi tormento y reconozco que posee una apariencia de un ángel maldito. Su cuerpo era tan frágil y resistente al dolor y sufrimiento que ocultaba un secreto inconfesable que me desvelaría. Antes de conocer el sonido de su voz o el perfume natural de sus manos y cuello, no sabía su nombre, ni que de sus colmillos caía sangre o que sus ojos grises desprovistos de vida surgían lágrimas que manifestaban un sufrimiento estremecedor.







¿Qué es la belleza? La máxima expresión
de una realidad que no existe en la Tierra.