Los jarrones de la memoria, transforman las imágenes y
los recuerdos de la infancia, en un trazo de penumbra
y en los restos de un abrazo o de una quebradiza sonrisa
que desaparecerá entre el silencio y las lágrimas de las orquídeas.
Y ahí adentro, donde yace el olvido y las cenizas
de nuestros padres e hijos, los dioses nos contemplan
como poetas que narramos nuestra efímera existencia.
¿Dónde nos llevarán los días inaccesibles?
¿Dónde se ocultan los niños que no están aquí?
¿Cuál es el nombre de la isla donde ahora juegan?
¿Cuándo desaparecerá el dolor en nuestros rostros?
Y si es así, ¿dejaremos de escribir para siempre?
¿Es el luto de estas telas una señal de que ya se han ido?
Y, si es así, ¿cuándo zarparemos para ser perdonados?
¿Qué será de sus ropitas y de sus juguetes? Y sus nombres,
¿Quedarán enterrados en la oscuridad de los siglos venideros?
¿Qué les ocurrirá a sus madres, cuando el dolor se adentre?
en esos cuerpos y en sus miradas, y admitan que ya nunca
más volverán? Náufragos que sonríen ante sus tumbas. Niños
que desvelarán el misterio de una sombría presencia, que será
narrada en los cuentos que otros leerán. Así les recordaremos.
Keith W. Rowland