Hace unos días confesé que Arturo Pérez–Reverte me “obligó” a escribir Culpable. Por lo tanto, es el único responsable legal de la publicación de una novela reflexiva e irónica, en la que muere el actual presidente de España. Y si el afectado, un tal Pedro S. Castejón tiene que emprender acciones legales, porque se ha sentido ofendido o molesto por la biografía no autorizada, en la que expone su vida laboral y currículum, ya sabe contra quién tiene que ir.
A don Arturo, no le importará ir a declarar delante de un juez, y admitir que es quien me ha aconsejado a escribir cada párrafo y capítulo de una novela que radiografía a un miserable déspota, que lo único que le importaba es dormir en la habitación más lujosa de la Moncloa, desayunar huevos revueltos con zumo de naranja recién exprimido y viajar en el avión presidencial. Pero en Culpable, se arrepiente de ser un personaje arrogante y despiadado al tener una segunda oportunidad, después de volver de entre los muertos.
Ahora, en serio, ni conozco al autor del Capitán Alatriste, ni me ha obligado a escribir Culpable. No obstante, desde aquí, le vuelvo a dar las gracias, una vez más, a don Arturo por su lucidez, ironía, consejos y aportaciones indirectas, que hicieron posible que escribiera esa primera frase de una novela que ha cambiado mi forma de narrar, y mi presente. Por extensión, y para que no se enfurezca el difunto, vuelvo a darle gracias al presidente de España; sin él, tampoco hubiera escrito Culpable.
Atentamente, Keith W. Rowland
Salamanca, 7 de febrero de 2024