Para mí, el capítulo más triste de Culpable es el dieciséis, cuando Inma cura las heridas de Izan, que yace moribundo en la cama de su diosa pagana. En esas páginas, Rowland transmite con tristeza y una agónica belleza el sufrimiento de Izan, y la culpabilidad y temores de Inma. Los siguientes párrafos son una muestra inequívoca de mis afirmaciones:
Inma entre lágrimas y en silencio, limpiaría mi cuerpo y mi cara con sus manos sin atreverse a preguntar por nuestro presente y futuro. Su mirada era la de una deidad en luto, que se lamentaba de haberme conocido. Era culpable, una sentencia impuesta por los dioses y de la que nunca sería exonerada. Aun así, está a mi lado. Tiembla y reza por la presencia de un moribundo que tiene los ojos cerrados, y que yace en su cama.
Guardé reposo en su ático, mientras Inma memorizaba cada detalle de mi cara ensombrecida por las horas y la tragedia. Me acaricia y me besa al permanecer oculto en la penumbra. No percibe mi respiración ni mis latidos, y se pregunta por qué. Se sentía mal, pero el único delito que había cometido era que yo le amase hasta extremos irracionales para arrebatarle la vida a un hombre que no conocía, demostrándole así, que era digno de dormir a su lado.
No hay duda de que Shakespeare, los poetas románticos del siglo XIX y algunos de los novelistas más importantes de las últimas décadas han influido en la visión dramática y filosófica que tiene Rowland de percibir la vida y la muerte, pero también del amor y la soledad, el sufrimiento e incluso del placer; una suma de contrastes que aporta un valor incalculable a sus textos literarios y a su propia identidad.
Noly Salgado, editora
Denia, 11 de abril de 2024